La mañana nos abrazó desnudos cuerpo a cuerpo.
El frío del día se colaba dulcemente por las rendijas de las ventanas de madera, junto con los rayos de sol.
Te miré, y tenías el rostro perdido en el placer del sueño y me dieron ganas de quedarme en ese instante.
Vos, en la profundidad, te acercaste a saludarme con tu sexo, y entonces lo tome para darle los buenos días y me subí a él, dejé que se deslizara suavemente hacia dentro, y empece a moverme, lo hice lentamente. De tu boca dormida surgió un pequeño suspiro de placer y abriste los ojos.
Me miraste como si se te hubieran tragado la lengua los ratones, y fue entonces cuando al oído te susurre, quiero que te quedes adentro para siempre.
Sonreíste tomándome por la espalda, apretándome fuerte, apretándolo fuerte, gemí, y me tape rápidamente la boca, para no despertar a los vecinos.
En un movimiento brusco estabas sentado frente a mí, sin soltarme, sin dejarlo fuera, y dijiste suavecito que "para siempre es demasiad tiempo" mirándome a los ojos, me pareció que te veía el alma gato, y para entonces ya estabas besándome de las orejas al cuello con el desespero del final, sin parar ni un solo segundo de moverte a mi ritmo.
Suspiré, lo hice fuerte, y el suspiro se convirtió en una constante que parecía la falta del aire, y lo hice profundo, en secuencia continua. Halaste de mi pelo, mordiste mis pechos, besaste los lunares pares chiquitos del seno izquierdo. Como perdido, me dejaste caer a la cama, y entonces tocaron la puerta fuerte, se hacía tarde y el bus estaba por partir.