-Quiero volar con vos, vayámonos de viaje.
-Tengo miedo del frío, si se me enfría la nariz, no duermo-; respondí.
La verdad es que tenía miedo de mí, de mi absurdo. Y, sin embargo, pese a
todo, volé a vos. De vez en cuando los viajes de una hora, son los
viajes de las horas... Para cuando llegué era noche y hacía un calor de
infierno.
Bajé,
vos estabas justo ahí enfrente de la parada saludándome con los ojos,
susurrando desde lejos que no era tanto el tiempo. Te abracé como
siempre y todo el miedo desapareció.
Estábamos
justo en la mitad; recorrimos la calle asfaltada pidiendo información
respecto al sitio al cual nos íbamos a dirigir, descubriendo que sólo
hasta la madrugada podríamos partir.
Era
aquel un mal puerto, repleto de humo, carros, escándalos, mal olor, y
muchísimo calor; un lugar justo en el medio de la nada, en la esquina
del todo... Así que tomamos la primera habitación con aire acondicionado
que encontramos para descargar las maletas y el sudor. Recuerdo que
tenía una gran vista a la estación de gas.
Vos
te tiraste a la cama y yo me tiré con vos, sin mencionar una palabra.
No paré de sonreír en ningún instante; entonces me miraste una vez más
justo directo a los ojos y dijiste “¡sos tan hermosa!” besándome
consecutivo a ello.
Si
tuviera que hablar de primeras veces, diría que nunca antes me habían
besado en esa forma, y que, esa primera vez que te vi y me besaste, me
recorriste el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario