miércoles, 16 de noviembre de 2011

Saliendo de mi...

¡Salirme de mí!

Si, era precisamente eso lo que necesitaba siempre y contemplé la posibilidad de huir y lo hice. Averigüé los tiquetes de avión, destapé el marranito de alcancía, dije en casa, a medio explicar, hacia dónde iba y no se encontró el problema, muy por el contrario, el apoyo fue total, así que empaque y partí.

El vuelo estaba programado para las 8 de la mañana. Mi ansiedad me llevó a encontrarme esperando en el aeropuerto dos horas antes. Llovía afuera.

Me ubiqué en la sala de abordaje equivocada, afortunadamente logré darme cuenta con tiempo.

Al subir al avión vi que mi puesto se encontraba ocupado por un niño, me sentía lo suficientemente incómoda como para luchar por la ventana. Me senté en la mitad, noté que podía ver la película que deseara durante el recorrido, escuchar música, jugar, pero mis audífonos se encontraban dañados. Mala suerte quizás, qué sé yo. Estaba cuestionándome la idea del viaje, pero me encontraba demasiado lejos para arrepentimientos.

Llegué más rápido de lo esperado, eran cerca de las 9: 40 am, él estaba esperando fuera, me recibió con un abrazo desesperado y tomó la maleta.

Yo, no senti nada.

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