martes, 17 de abril de 2012

Lo paradogico de llamarse Santa Fé

" el olor de las calles, sus agujeros, tanto sexo al olvido, tanto sexo perdido, las grietas, que venga papi, venga, que no llore más, que nadie es eterno en el mundo, que hágame el milagrito Don Leo, que las flores son para los muertos, que bienvenido a la vida, que despertar, que morir, que son 50, que no me deje solo, que las esquinas vacías, que la oscuridad"
Atravesar esos límites era como comunicarse con la sucursal de los desesperanzados.
Aquella tarde gris divagaba entre los que compraban un ramito de flores para entrar a visitar a sus ausentes en el cementerio central y aquellos que se ponían sus tacos altos, se pintaban los labios y salían a trabajar en alguna esquina del barrio.
Yo caminé observando y me pareció triste ver la lógica de esas muecas a medio sonreír de los travestis, y sentí frío de mirar las falditas corticas y los escotes de las nenas que salían de los bares invitándote a entrar; esas palabritas rotas medio ahogadas por el humo del cigarrillo que acababan de aspirar me retumbaron en la cabeza, pero pensé que quizás era el día.

Seguimos caminando, bajamos unas cuantas cuadras
entramos a una casita amarilla que daba a la esquina
al atravesar la puerta principal nos recibía una escalera que daba al segundo piso
cruzamos rápido, para no llamar la atención y denotar mi presencia.
Habían muchísimas habitaciones, estaba oscuro y el piso crujía;
llegamos a la habitación -era pequeña-
dejamos la maleta y salimos rápidamente.
¡Que absurdo! el agua podía alcanzarnos más rápido afuera.

Estando fuera retomamos el camino, entramos al cementerio central para recorrerlo, me habían enseñado alguna vez que para conocer sobre un lugar era importante ver cómo organizaban a sus muertos y ya que estábamos tan cerca, ¿por qué no ?.
Estaba el sitio tan muerto y viejo como la mayoría de sus residentes, casi no había nadie, un montón de palomas y flores marchitas acompañaban aquellas reparaciones que aún no estaban por acabar.
Entre huecos y pantanos nos movimos para quedar detenidos frente una tumba con un busto de oro que estaba repleta de flores y cartas, era la tumba de Don Leo, y en ella habían depositado un montón de esperanza en mensajitos que se le iban dejando al oído, aproveché, por si las moscas y también me le acerqué.

Comenzó a llover de nuevo. Me tomaste de la mano y salimos corriendo -no me soltes-, y no te solte por aquello del miedo.

-Y que le pediste vos a don leo?
... que me hiciera el milagrito de verte pronto...

2 comentarios:

  1. Muy interesante la forma en que nos vas narrando esta historia, por momentos parece que el lector esta ahí.

    Enhorabuena.

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  2. Tanto ambientee,, muy buen relato, mucha ternura y como dice Cielo, al leer estamos en ese cementerio de Santa Fe, sólo por el milagro de verte :)

    ¡Abrazo desde otro Santa Fe!

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